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De la nada de pronto dos personas dejan de ser extraños y se convierten poco a poco en una pequeña parte del otro con la sola intención de estar presente en él, de hacerle saber: me gusta lo que me dejas ver y aquí estoy para ti. Elijo conocerte y mostrarme ante ti inclusive con mis miedos.
Que maravilla poder brillar y que otro vea tu luz y que no solo la admite si no que busque la manera de acercarse a ella y lograrlo. Que hermoso es compartirnos como seres humanos, así con nuestras oscuridades y nuestros destellos, así de completos entregarnos a otros sin importar si habrá un mañana y mientras escribo esto pienso en mis amigos; nunca les pregunte si estarían conmigo en las buenas y en las malas, solo me lo demuestran en el día a día y para mí eso es suficiente. Ahí están y parece que ahí estarán muchos años más y me siento tranquila al respecto, no es como que necesite un contrato con ninguno de ellos o si quiera escuchar que ahí estará para mí ¿Porqué en la cuestión de pareja es necesaria la caducidad, la certeza de que ahí estará? ¿Será que duele tanto la pérdida por lo que buscamos un contrato que afiance la estadía? ¿Porque a nuestros amigos no le preguntamos si nos amarán por siempre? ¿Que pasaría si amaramos a nuestra pareja en la sintonía de AMOR, de entrega y de confianza, con el compromiso de amarse tal cual sean y con el diálogo constante para irse orientando por donde están para saber si siguen en la misma frecuencia? Amar sin el apego a “es solo mío” y es “para siempre”… Si éstos últimos dos encarnaran se convertirían en los principales verdugos del miedo que matan al Amor, lacayos del Gran Señor poderoso llamado Miedo y siguiendo su mandato llevarían a la princesa a encerrarla en lo alto de la torre limitándola a solo sobrevivir y destinándola a nunca ser Reyna de su propio ser, ya que nadie puede ejercer su poder siendo prisionera ni esclava. El único resultado sería que se enamorase de otro prisionero igual que ella más nunca se coronarían como monarcas de ninguna tierra. Si somos prisioneros no podemos habitarnos, ni mucho menos ser felices en nuestros laudos.